martes, 21 de abril de 2009

Tuna Universitaria



Se ha dicho con verdad que un tuno de cien partes, cincuenta es música y cincuenta es alegría, buen trasegar y buen yuntar. Esto describe quizá con exactitud lo que representa ser en puridad un TUNO.

El “arte tunantesco” como se le ha llamado por algunos, es un antigua tradición española universitaria, que se registra en testimonios escritos desde principios del siglo XIII, en un poema anónimo titulado: “Razón de amor…” que recoge el sentir de un estudiante que “sabe mucho de trovar, de leyes y de cantar” y que recibe una cinta de su enamorada. Pero será cinco siglos más tarde, según lo refiere don Emilio de la Cruz y Aguilar, que aparecerá en un documento escrito el nombre tal cual lo conocemos hoy en día: “tuno”, en una pequeña obra de Ignacio Farinelo, denominada “Arte Tunantesca”, o sea Diálogo entre dos tunantes sobre las preeminencias, grados y recibimientos que tienen dichos tunos”.

Muchos nos han sorprendido no haber encontrado testimonios aquí, en Perú, sobre esta tradición, pese a que en estas tierras se funda la Universidad más antigua e importante de América como la Real y Pontificia Universidad Mayor de San Marcos, fundada por cédula imperial de Carlos V el 12 de Mayo de 1551 con los mismos privilegios y estatutos de la Universidad de Salamanca.

Quizá la razón la podamos encontrar en España, donde las tunas no fueron precisamente algo de que orgullecerse, en buena parte de su historia.

La historia de los tunos es señalada peyorativamente y su ejercicio es un profesión de vagabundos o malos estudiantes y esta acepción perdura hasta hoy. Por ello en los grandes diccionarios de consulta como es la erudita enciclopedia Espasa-Calpe la palabra Tunante derivado de Tuna, aparece como expresión de vagabundo, bribón, vividor.

En efecto como apunta don Emilio de la Cruz y Aguilar, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y Cancelario de la Tuna de la Facultad de Derecho de la misma universidad, “el derecho académico intentó sujetar estas inclinaciones naturales de los estudiantes”. Es así como el Rey Jaime II de Aragón es un Real Carta de 13 de Setiembre de 1302, parece referirse a los tunos cuando dice: “causa studenti exeuntes ad aliena studia sine causa rationabili se facient peregrinos, qui hic affluenter inveniunt, ut vagandi occasionem…”.

Constantes serán las prohibiciones que se generan a la luz de esta actividad singular, pero serán letra muerta pues las tunas siguen trovando y viviendo, conservando lo propio de la tradición, como si el tiempo se hubiese detenido en ellos. Algunos ejemplos de estas prohibiciones están en las Constituciones de los Colegios de San Bartolomé y Salamanca (1414-1416). El caso más notable de todo esto sea quizás el hecho que el ser tuno haya sido causal de la desheredación en España por largos años, con la única excepción de que el padre también lo haya sido.

Aún con estas tendencias en contra, los estudiantes seguían “tañendo” y disfrutando su singular modo de vivir. Era frecuente varios en las calles como parte de la vida cotidiana de las villas españolas.

Pero la vida de las tunas de España creemos que cambia a partir de 1877, cuando el Rey recibe a las Tunas que van a tocar al Palacio Real y las obsequia con 12,000 reales. Este es un hecho significativo y será el “sello de oficialidad” donde el margen de la tolerancia o prohibición anterior a estos grupos, se les asimila como parte activa de la sociedad y arte española y de la vida universitaria en general. Ello no basta para que aún mucha gente no esté de acuerdo –como también ocurre hoy en día menor grado- con la labor de las tunas.

Como vemos, las tunas durante muchos años no fueron precisamente orgullo de la sociedad y cultura española. Por el contrario, era la tipificación perfecta del vagabundo, mujeriego, trovador, viajero y profano, en una época en que las virtudes morales de la religión eran los paradigmas del ser y deber ser de la persona. Esto tendrá un explicable correlato, como veremos enseguida en las colonias españolas en América.

En efecto, el hermetismo que ejerció el Imperio Español y la Iglesia, que hacía ingresar a las colonias sólo lo que literalmente era “sano” para los intereses virreinales, lleva a que lógicamente las tunas no alcancen dimensión conocida. Las inquietudes del estudiantado se reflejan en otras ciencias. Así, la vida del estudiante en la Real y Pontificia Universidad de San Marcos según el historiador J.M. Valega era “triste, gris, amarga, incompatible con la impulsión biológica juvenil…”. Sus actividades en el claustro eran recordarles que la única preocupación del hombre era llegar a la muerte sin mancha de pecado. El resultado era pues el ocultamiento de la personalidad, esterilizando fuertemente la mente sanmarquina. Era impensable, así que surja una Tuna dentro de este ambiente de presión religiosa y mental. El estudiante era absorbido por la colonia, sin destinar su precioso tiempo a otra cosa que no sea estudiar latín, ciencias y rendir culto a la religión.

El problema en aquellos tiempos, quizás era inverso de lo que sucedía en España, por cuanto no se encuentran prohibiciones a los estudiantes sobre estos menesteres ni menos referencias en las Constituciones de la Universidad de Lima de 1624 y 1678, ni en los Colegios Real y Mayor de San Marcos del año 1604. Por el contrario, se puede leer en el numeral 48 de la Constitución del Colegio Real y Mayo de San Felipe lo siguiente: “48.- Los domingos y fiesta se les permitirá a los colegiales pasar tiempo en juegos honestos y de los lícitos de Pelota, Bolos, Argollas o Agredes, como no jueguen cosa de precio ni a los Naipes ni dados sino sintos y puedan tañer y cantar y danzar”.

De esta manera se alentaba la diversión sana con música, pero siempre dentro de los cánones de la Universidad. Las Tunas esas “murgas peninsulares” ni asomaron ni había necesidad de reprimirles pues sencillamente no existían por esta parte del mundo. Pero es bueno rescatar aquí lo que apunta José de la Riva Agüero:

“No era por cierto Lima una ciudad predominantemente universitaria, un lejano y tranquilo refugio del saber y de la meditación; era una verdadera y brillante capital, el centro político y administrativo y el rico emporio de las posesiones meridionales de España. Estas condiciones tenían que influir en la universidad e imprimirle decidido carácter mundano, cortesano, palatino. Se dedicó a halagar el gusto y lisonjear la vanidad de la autoridad y la aristocracia (…) pocos eran, desde doctores hasta estudiantes los que no deseaban y necesitaban atraer con el alarde de su talento y conquistar con la novedad de que elogios la atención y benevolencia del Virrey, de los Oidores…”

Así, no era de buen gusto andar “de vagabundo” o tuno, pues sencillamente no había que hacerlo. Son, pues, concepciones de la moral que cambian con el tiempo y que en la Lima de antaño, la del “que dirán”, es muy importante tener en cuenta.

Ricardo Palma, en la tradición “Racimo de Horca”, de la épica del vigésimo Virrey del Perú, don Baltasar de la de la Cueva, Conde de Castellar allá por 1676, nos confirma esta tesis. Se trataba de Juan de Villegas, empleado de la Caja Real de Lima, quien deslinquió torpemente con las graves faltas de apropiación ilícita del tesoro real y falsificación de la firma del Virrey, Palma hace hablar a Don Rodrigo de Odría, Alcalde del Ayuntamiento de Lima, encargado de investigar el hecho:

“Ya me daba a mí un tufillo que este don Juan no caminaba tan derecho como Dios manda y al Rey conviene. Verdad que en él hay un aire de TUNO que no es para envidiarlo…”

Esto es un ejemplo pues, de lo considerado del status de ser tuno en ese entonces.

Pero esto no significa en absoluto que aquí, en Perú, se haya vivido una época gris y oscura. Por el contrario, la vida colonial permitió la creación de este mestizaje cultural y racial que define al Perú como nación. Particularmente Lima, el centro del Virreinato, fue testigo de excepción durante este período histórico y sobre el cual se puede contar miles de anécdotas, costumbres y situaciones, cada cual es se puede contar miles de anécdotas, costumbres y situaciones, cada cual más inverosímil.

Hay que recordar que la vida limeña virreinal fue deslumbrante, alegre, privilegiada y pomposa. Una ciudad despreocupada con la realidad del resto de la colonia, pero una villa donde la elegancia, el salero, el piropo y la viveza criolla abundar por doquier. El sibaritismo y la galantería sólo se interrumple brevemente por un terremoto o la muerte de algún cortesano.

Entonces el Perú era un territorio rico e importante, el oro y principalmente la plata atrajeron la atención de España y no faltó nada el Lima, en este tres veces coronada Ciudad de los Reyes, que se usara en Europa y que no existiera aquí. Por ello en los deslumbrantes salones de Lima destacaron los ricos tapices, la fina porcelana, los candelabros de vidrio, las maderas talladas. El lujo, pues, era parte de la vida limeña. Además, la alegría era parte del limeño y el ser un enamorado apasionado de las mujeres de esta ciudad, que fueron la impresión de los viajeros que la visitaban.

La figura colonial que más se puede parecer, entre nosotros, a la del Tuno español, podría registrarse como la del “Percunchante”, que era el apelativo con el que se conocía en la colonia al rondador enamorado que desde la calle cortejaba a la muchacha. Los celos de los padres hacía que no se puede visitar a la hija e incluso se llegaba hasta punto tales de suprimir la enseñanza de las primeras letras como defensa contra la seducción de los jóvenes estudiantes. Era dicho de la época:

“Mamá no quiere, mami no quiere,
que me enamore de los estudiantes,
porque me dice que son tunantes,
que son farsantes, y que no tienen
ni con qué almorzar…”

Como ilustración diremos que muchas formas alcanza la diversión durante la colonia. Hasta fines del siglo XVIII, por ejemplo, los bailes que más entusiasmaban en el Perú eran: el “Bate que bate”; el “don Mateo”: “la remensura” y el “agua de nieve” entre la gente mestiza. En 1780 se prohibieron los tres primeros por mandato eclesiástico. Además, los cánticos eran parte cotidiana de toda reunión nocturna y las fiestas de las altas clases revestía el más puro estilo europeo.

Las serenatas limeñas no era cosa desconocida. Los bohemios o cantores, que ambulaban por las calles oscuras “diciendo” las serenatas al pie de las ventanas, eran perseguidos por los Jueces, pues el derecho al descanso era inviolable y ¡ya sabemos como dormían los limeños!.

Será en las clases populares de Lima, donde la diversión se deja sentir como parte propia del sentimiento social. Allí está lo que se llama la cundería criolla, que es la alegría espontánea, la travesura picante, la broma ingenua. Todo esto representaba dada por criollo virreinal.

Un tipo genuino nuestro, por ejemplo, fue el “mozo de tumbo y trueno”, consagrado por la bohemia limeña de entonces en ceremonia inicial trascendente ante una botija de aguardiante. El aspirante al título de “chuchumeco” debía romperla de una pedrada y si derramaba menos aguardiante que otros tenía mayor grado en la “cofradía”. Es bueno recordar aquí que el tipo criollo que alcanzó mayor puntaje y fama fue un tal Pablo Tello, bebedor imperturbable de sendos litros de alcohol.

Ya durante la República aparece una figura nueva: el”faite”, figura entre los criollos que representa al pendenciero y jaranista de las clases altas que se divertía “como Dios manda” en las antiguas fiestas limeñas. El poeta José Gálvez que llegó a gozar a estos divertidos criollazos nos dice:

“… llevaban a la pila a más de un mulatito, sabían domar un potro, puntear airosamente la guitarra, se desmorecían por la sopa teológica y la carapulcra con rosquitas de manteca y no desdeñaban amoríos pasajeros con mulatas zandungueras y graciosas… Procuró no hacer nada indigno, dedicando sus ocios, “que eran los más del año” a diversiones, paseos y juergas”.

Hay que recordar que las jaranas de antaño en Lima eran tremendas. Allí se almorzaban, se comía, se cenaba y se dormía, prolongándose la parranda varios días. Era costumbre que el pisco se guardara en una botija de barro, al fondo de la cual se echaba la llave, la que no podía secarse hasta que se consumiera la última gota. Podía ser de Ica o Motocachi, pero era un pisco del bueno y legítimo. En algunos casos, se cuenta, soltaban a los perros para impedir fugas o deserciones a media jarana. Era en estas fiestas donde el faite criollo hacía el ambiente con la guitarra, el cajón o la improvisación de coplas. Así, nacerá lo que eran en Lima antigua las Palizadas.

Las Palizadas era un grupo de bohemios, reunidos a la cabeza de un faite, cada cual “más guapo y brabucón”, que eran los reyes de la fiesta y la jarana. En su andar crearon infinidad de canciones criollas y es posible que en su seno se haya creado la marinera como baile popular. Mucha de esta música se ha perdido por la extinción de esta generación hace años y el mero sentido bohemio y relajado de sus existir.

Existe una anécdota muy graciosa y macabra a la vea que recogió don José Gálvez y que quisiéramos citar completa con la dispensa del caso, para dar una idea de cómo eran estos faites criollos.

“Entre las diabluras verdaderamente espantosas de los “faites” conocemos una auténtica, de saber realmente macabro y que podría servir de argumento de un cuento cruel en que se describiera el alma torcida y refinadamente malévola de algún degenerado. Trátose en cierta ocasión y en cierto hogar modesto del velatorio de una criatura, el clásico velorio en que el compadre debía hacer los gastos, correr con el sepelio y acudir compungido y pesaroso a la casa de la comadre, donde a media noche, siguiendo la costumbre, se organizaba una parranda silenciosa, aunque parezca paradojal, ya que si es cierto que nos bailaba ni se cantaba (por más que en algunos si se hacía) en cambio circulaba el licor que era una bendición. El compadre de esta historia era un faite legítimo. Acudió efectivamente y a la media hora, sin que nadie lo pensase, armó una jarana de las de marca. En el cuarto vecino, la criatura que había muerto a los pocos días de nacer, yacía rodeada de lámparas de aceite, cirios y demás accesorios fúnebres; en el fondo de un corralito contiguo al mortuorio aposento, una olla descomunal contenía hierviente y suculento, el caldo de gallina que se daría en la madrugada a los veladores. El licor subió al cerebro del compadre y cuando estaba a lo mejor de un “tristeato”, en que contaban el dolor de una noche que pierde a su hijo, se introdujo al cuarto donde yacía la criatura, la cargó, se metió con ella al corralito donde hervía el caldo y ¡zas! la echó en la olla, luego se quedó dormido. Despertó con un escándalo formidable, gritos de mujeres, llantos desgarradores y entonces se dio cuenta la estupidez que había cometido. La madre al ira a espumar el caldo, se encontró con algo, que no era precisamente un pollo, envuelto en telas, alumbró con una vela y -¡triste horror!- sacó semi sancochado el cadáver de la criatura. Nadie cuenta como terminó la tragedia y, como en un verdadero cuanto macabro, se ignora también si alguien tomó ese caldo…”

Como vemos, pues, “dentro de las murallas” la alegría y el entusiasmo público de los hijos del Rímac no tenía barreras de ninguna especie.

Por otro lado el buen comer –distintivo atributo del tuno- fue también característica de nuestra antigua gente. Asombra hoy el recuerdo de la variedad y abundancia de la mesa colonial. Aparte de la sopa teóloga, el pato en queregue, el perchero, el pavo relleno, las gallinas asadas, las torrijas, la carapulcra, el almendrado y los pichones, que eran de imprescindible presentación, se servían hasta diez platos más y esto sin considerar las frutas y postres que no podían dejar de coronarse con la célebre empanada después de la leche asada y el maná.

Era necesario estar preparado para estas fantásticas comidas, porque no bastaba hacer honor al plato servido probándolo, “picando” como se decía ya entonces, sino que constituía obligación de buena crianza y urbanismo aceptar de todo y repetir a pedido exigente de los anfitriones. “Jesús ¡Qué poco come usted! se podía oír decir al ama cuando el invitado después de ingerir diez a doce suculentos guisos no podía terminar el siguiente. Y luego, lo más serio de todo , se obligaba mediante el “bocadito” –pieza trinchada que se ofrecía al convidado tomada del plato propio y con el mismo tenedor del oferente- a ingerir hasta lo imposible al agasajado.

Todos estos datos nos sirven para darnos una idea somerísima de cómo era la vida de entonces aquí en Lima, y muy a pesar que no existieron tunos universitarios en la época virreinal. Lima fue, como hemos visto una ciudad alegre, con gente que le dio un matiz especialísimo, donde la diversión era cosa cotidiana en cualquier momento y lugar, sin conocer los problemas modernos. La polvorienta Lima de antaño, pues, fue feliz.

Cuando en España, casi a mediados del siglo pasado que los estudiantes llamados tunos son reconocidos “oficialmente” por ese singular acto que hemos recogido, aquí en Perú, Sudamérica y México, ya se ha roto con la metrópoli los lazos virreinales y se está en una etapa de distanciamiento con visos dramáticos cuya máxima expresión luego de las guerras independentistas será la improvisada invasión de una flota española a territorio peruano en el año de 1886. Así, el odio contra España se dejará sentir y no será meramente nominal.

Por estas obvias razones esta tradición universitaria española no se implanta en el Perú durante la etapa republicana (además del hecho del exclusivismo de las universidades peruanas de entonces). Tendrán que pasar todavía muchos años más para que la primera tuna que registramos aparezca: La Tuna de la universidad de Huamanga, en Ayacucho, en las alturas del Perú, tuna que aún existe y que está integrada en gran parte por muy buenos profesores de música. Aunque es bueno rescatar que en los días iniciales del siglo existía una Estudiantina que dirigió un profesor de apellido Berriola y que hizo exitosas presentaciones en el Ateneo de Lima. Posteriormente en Ica surge, en la década del 50, gracias al entusiasmo de un sacerdote vicentino, el Padre Anastasio García, otra Estudiantina en el Colegio San Vicente de Paul de Ica, al sur de Lima; y de la cual ignoramos cual ha sido su desarrollo histórico.

De todos modos es tardía la implantación de la primera tuna universitaria en el país. Quizás la razón de esto tenga raíces más profundas de las que podamos explicar en unas breves líneas, pero pensamos que de ninguna manera se puede achacar a los tunos peruanos el ser extranjerizados o meros imitadores de una realidad que no es nuestra.

Nosotros creemos que las tunas no existieron en el Perú antes tanto por la presión ejercida a los estudiantes, como la no permisión de esta actividad en la colonia por no tenerse como una ocupación sana. Cuando pudo implantarse o permebealizarse ya era demasiado tarde pues ya se estaba en el proceso independentista, polarizándose las relaciones con ultramar. El largo período que surge entonces después será de toma de conciencia por el propio estudiante de su rol activo y el carácter impulsivo y dinámico que es propio de la juventud. Todo esto lo lleva a implantarse una norma propia para aventurarse a conocer el mundo de una manera singular, dando rienda suelta a sus dotes musicales y artísticas. Además, el hecho de ser particularmente Lima una ciudad donde el pasado vive y persiste, donde todo en ella tiene una historia; el nombre de una calle, la inscripción de un muro, la forma de una piedra. Esto hace evidente que el pasado se encuentre latente en todo y en todos.

Por ello, es explicable que las tunas sean hoy una actividad tan española como peruana y latinoamericana, por cuanto responde tanto al desarrollo propio de la identidad iberoamericana como su pasado y presente común, como al espíritu propio del estudiante. Es bueno recordar, además que la mayoría de tunas en el Perú tienen entre sus tema característicos música autóctona y latinoamericana, además de la propia peninsular, inclusive, las tunas españolas cada vez más incorporan dentro de su repertorio música latinoamericana. La integración en este sentido, es pues evidente.

No olvidemos, que la historia del Perú contiene una riquísima e ignorando herencia virreinal. Fueron casi 300 año de vida colonial que representa en el tiempo histórico más que de lo que va de la República. Esto no se puede ignorar y las semejanzas que encontramos con la cultura española no pueden ser meras coincidencias sino que viene de una misma tradición e historia. Los pueblos iberoamericanos no podemos ser indiferentes a esta realidad común que parecían despierta.

Mauricio Niño

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